Tomando una taza de café aspiraba mi buen puro y recordaba sobre esa enfermedad terrible, la tristeza. Virus, flagelo que sufren por igual hombres y bestias: ataca al rico, al pobre, al gobernante al opulento, al príncipe o al mendigo; pero sobre todo aquel que inclina su vida en las artes. Cuando se elige esta opción de vida: “pasamos al mundo de las paradojas y los sueños grises”.
Nuestro director, Mark Vender inicia la sesión: SILVA EN GRIS.
Gonzalo Moreno M. nos recuerda al poeta...
Con otro sorbo de café presencio ese neblinoso reino, mientras mi pensamiento recorre el tiempo adornado de acordes de Chopin y es que en ese melancólico siglo más de uno se entrega a la muerte de tristeza, a la bocanada de sangre precedida una tos pertinaz, premonitoria a la muerte.
Con otro sorbo de café presencio ese neblinoso reino, mientras mi pensamiento recorre el tiempo adornado de acordes de Chopin y es que en ese melancólico siglo más de uno se entrega a la muerte de tristeza, a la bocanada de sangre precedida una tos pertinaz, premonitoria a la muerte.
Un halo misterioso abrazaba
a la familia de Don Ricardo y Vicenta para no soltarla. Esos oscuros magnetismos se llevaron a tres
hermanos: Guillermo, Alfonso y Silvia,
como si no fuera suficiente el límite de su tragedia.
La tristeza es la música en
gris, el tono menor, condición que nos hace languidecer, perdernos en el ático de nuestra tormentosa vida, pienso y mi puro alumbra de sobremesa, su
poemario.
¿Qué hay al otro lado?,
después de marcar su corazón, después de pasar una tertulia de pocos y fieles
amigos; decide apagar su vida de un plomazo, así de escueto, desencarnado y
valiente como todos aquellos que sufren
del mal gris.
Un coche fúnebre deposita
su cuerpo en los NN, para ese entonces
los suicidas eran confinados dejando anclada el alma al limbo, en el
sitio de los cobardes que atentan contra lo más sagrado del cristianismo: la
vida.
Cuál es el color de la
tristeza: el gris, equiparable al
gemido de otra inexistencia que atrapa el corazón, encofrándolo y minándolo al
amor. Los huesos de sus bestias le ganaron la partida en aquella pequeña aldea
de presuntuosos de clase alta y rancia santafereña que lo sepultara cien años con su manto gris.
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