La partida
Ordené
que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así
que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la
distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué
significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y
preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera
de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi
meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi
meta.
El Buitre
Érase un
buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias
y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos
inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un
señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy
indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta
pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería
saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos
pedazos.
-No se
deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le
parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?
-Encantado
-dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted
esperar media hora más?
- No sé
-le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por
favor, pruebe de todos modos.
-Bueno-
dijo el señor- , voy a apurarme.
El buitre
había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre
el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió
para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó
el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una
liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que
inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
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